Los partícipes de las luchas sociales y políticas de los años 70 que tuvimos por destino sobrevivir a ellas y los que vinieron y recuperaron esa historia y levantaron sus banderas, sentimos un respeto enorme y un cariño entrañable por quienes quedaron dejando testimonio de compromiso, entrega, valor, sacrificio y amor por los demás, por la Patria, por el prójimo, por la humanidad en definitiva. En ese marco es que hoy recordamos con tristeza el asesinato de Monseñor Enrique Angelelli, pero a la vez celebramos su entrega como demostración de pertenencia a una generación militante hasta ahora única en la historia contemporánea de nuestro país.
En muchos casos la militancia peronista de aquella época estuvo vinculada a la práctica y prédica pastoral de los curas que habían optado por el compromiso social activo llevando la Iglesia a las fábricas, universidades, escuelas, villas alejadas, zonas rurales y a todo lugar donde fueran necesarias palabras de aliento y esperanza. Fueron los llamados “Sacerdotes del Tercer Mundo” y que habían determinado por prioridad el compromiso con los más vulnerables, con los más desprotegidos, lo que se llamó la “opción por los pobres”. Para nosotros, eso era el peronismo. Entre varios que se destacaban había uno que pese a su juventud fue designado obispo auxiliar, el “Pelao” Angelelli, cura de la Villa 9 de Julio, zona próxima al Hospital de Clínicas en Córdoba.
Su práctica lo llevó a ser el obispo de La Rioja en momentos de gobierno dictatorial y con amplios sectores del pueblo argentino luchando en el plano político, social y sindical por el retorno al Estado de Derecho. Muchos acontecimientos se daban en ese periodo histórico único e irrepetible y, con un marco internacional convulsionado, en nuestro país el “Perón Vuelve” y después el “Luche y Vuelve” de la resistencia peronista convocaban a miles de jóvenes a sumarse en la búsqueda de un futuro mejor para todos y ahí, en esos ámbitos más amplios de participación y compromiso estaba el “Pelao”, que no se embanderaba en parcialidades pero tenía muy claro en qué vereda estaba parado y cuáles eran sus responsabilidades en aquella instancia, que sin ninguna duda y la historia así lo certifica, era la de acompañar aquel proceso liberador.
Ese accionar del obispo Angelelli era bueno para el pueblo y peligroso para los poderosos, para las corporaciones económicas y financieras, para las empresas multinacionales que explotaban a los trabajadores. El “Pelao” acompañaba los procesos de autogeneración de trabajo a partir de cooperativas, propiciaba la organización popular en cada barrio, en donde hiciera falta. Eso no soportaron los que querían (y aún quieren) una Argentina para unos pocos y así es que decidieron su muerte, pensando que de esa manera terminarían para siempre con las ideas libertarias, con las ganas de participación de la gente.
Nada más equivocado, el “Pelao” es de “esos muertos que nunca mueren” y si bien estamos lejos de alcanzar los niveles de militancia y compromiso como el de aquellos años, la semilla ha germinado, el árbol social va creciendo y comienza a dar sus frutos, la militancia auténtica de a poco comienza a reverdecer y la Memoria, la Verdad y la Justicia impulsados fuertemente por el Gobierno nacional (aun con puntos a corregir), marcan un hito de enorme importancia que darán a nuestro país los cimientos para la construcción de una sociedad mejor para todos, esa Patria justa, libre y soberana por la que tantos compañeros y también el “Pelao” Angelelli entregaron su vida.
Profundicemos la participación y la organización popular como quería monseñor Enrique Angelelli, de esa manera seremos dignos militantes capaces de transmitir y ejecutar una idea de país, una idea de vida por la cual generosamente, 30.000 compañeros y compañeras ofrendaron sus mejores días.
Extraído de: http://www.elindependiente.com.ar/digital
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